No quiero hablar simplemente de mi abuelo, sino de mi vivencia y las cosas que vienen a mi mente cuando pienso en él.
Quizás, de entre todos mis primos y primas, soy el que menos tiempo ha pasado con el abuelo Tintiro, sobre todo desde que me mudé a Barcelona hace más de 12 años.
Soy incapaz en este momento de recordarlo sin que me sonriera o que me hiciera bromas y cuando le pienso, siempre se dibuja una sonrisa en mi cara, es inevitable. En parte, quizás, porque Tintiro era el último abuelo que me quedaba y con casi 90 años, más del doble de mi edad, ya le ha tocado un merecido descanso.
Todos los que hemos pasado por su vida en mayor o en menor medida, hemos vivido esos momentos especiales que tanto lo caracterizaban… cuando te intentaba hacer una broma, cuando se arrancaba a cantar con una folia o una de sus queridas rancheras mexicanas.
Lo recuerdo cantando, sobre todo cuando conducía, pero también recuerdo cuando ibas a visitarle y te lo encontrabas aparentemente dormido, ibas con cuidado a despertarlo y el seguía fingiendo que dormía e intentaba darte un susto, ¿verdad?
Y sobre todo recuerdo eso que todos, y digo todos, hemos «sufrido» cuando te estrujaba la mano, ¡cómo apretaba! apretaba como nadie. Recuerdo que de pequeño (y no tan pequeño) le decía… ¡abuelo, suelta, suelta, que me duele! Y en ese momento, justo en ese momento, se reía y apretaba más aún.
No os podéis imaginar, lo que daría por que volviera apretarme la mano, muy muy fuerte y no soltarlo… aunque duela.
Vuela alto abuelo, te quiero.